Diburzi, N., Alonso, F., Larker,
J., Ciencias Sociales, serie: Material de Estudio Curso Común Preparatorio para
ingresantes de la UNL. Santa Fe, 1998, Selección de fragmentos.
La Transnacionalización Económica.
Actualmente es bastante común oír
hablar de la transnacionalización. Este término remite a nuevas formas de producción y a
un nuevo tipo de acumulación desarrollada por el sistema capitalista a nivel
mundial en estos últimos treinta años. A partir de los años ‘60 se fue conformando una
economía cada vez más transnacional, es decir, un sistema de actividades económicas para las
cuales los estados nacionales y sus fronteras se convirtieron en un obstáculo para
la movilidad de los capitales. La economía mundial dejó de tener límites
territoriales concretos. Esto no se debió a una sola causa, sino que es necesario considerar varios
factores a fin de comprender la nueva fase por la que atraviesa hoy el sistema
capitalista.
Según Eric Hobsbawm, tres aspectos
de la transnacionalización resultan visibles: las compañías transnacionales (también
conocidas como multinacionales), la nueva división internacional del trabajo y el
surgimiento de actividades off shore (extraterritoriales) en los llamados paraísos fiscales.
Las empresas multinacionales
desarrollaron nuevas formas de producción basadas en la microelectrónica y en la
información, que han ido sustituyendo al modelo fordista, basado en el petróleo y orientado
hacia el complejo metalmecánico. Junto a las tecnologías de la informática —que pasaron a
integrar las áreas de computación, software,
telecomunicaciones, automatización
industrial y mecánica de precisión—, se fue desarrollando la biotecnología
—utilización de microorganismos para su aplicación a diversas actividades, como las
agropecuarias, las farmacéuticas y las industrias de la alimentación.
La implementación de estas
innovaciones supuso la alteración del sistema de producción fordista, de ahí que actualmente
la producción masiva haya perdido importancia frente a la denominada producción “just in
time”, desarrollada por las empresas japonesas y que consiste en la capacidad para
modificar productos y procesos en plazos breves.
En este tipo de producción ya no
interesan tanto los grandes stocks de mercaderías sino la posibilidad de tener stocks
menores, producir lo suficiente para atender en el momento a los compradores y tener una
capacidad mucho mayor de adaptarse a corto plazo a los cambios de la demanda. Esto
se vincula con la mayor integración dentro de las
empresas de las funciones de
diseño, investigación y producción y, con el surgimiento de nuevas actividades de servicio
vinculadas con la producción (software, información técnica, etc.), que pueden ser
desempeñadas por empresas de tamaño reducido.
Afirmamos más arriba que las
fronteras nacionales se han convertido en un obstáculo para los intereses de las empresas
multinacionales, lo que puede visualizarse si tenemos en cuenta que la producción
comenzó a trasladarse de los países europeos y norteamericanos, que habían sido
los pioneros de la industrialización, hacia países con mano de obra más barata. Una nueva
división internacional del trabajo comenzó a socavar a la antigua. Un ejemplo lo
constituye la instalación de fábricas de automóviles de la empresa alemana Volkswagen en
Argentina, Brasil, Ecuador, Egipto, México, Nigeria, Perú, Canadá y Yugoslavia. Estas
industrias abastecían no sólo los mercados locales sino también el mercado mundial y
entraban a formar parte del proceso de fabricación transnacional.
Las multinacionales de origen
estadounidense y europeo occidental —principalmente alemán— aumentaron considerablemente el número de sus filiales entre 1950 y 1970.
La novedad radicaba en la escala
de las operaciones: a principios de los años ‘80 las compañías transnacionales de
origen estadounidense acumulaban las tres cuartas partes de las exportaciones del país y
casi la mitad de sus importaciones. Gran parte de lo que aparecía en las estadísticas
como importaciones y/o exportaciones era en realidad comercio interno dentro de una
entidad transnacional como la General Motors, que opera en cuarenta países.
Al internacionalizar los mercados
más allá de las fronteras nacionales, las empresas han comenzado a fragmentar la
producción por medio de las plantas de ensamblaje, produciendo una ruptura de la
relación vertical matriz-filial. Así se ha roto la rigidez de los mercados nacionales al crear
la necesidad de traslado constante de los procesos productivos buscando, en esa
movilidad permanente, ventajas competitivas, es decir, mano de obra barata, baja carga
impositiva, legislación laboral flexible, etc.
Con el objetivo de evadir los
controles que los estados nacionales imponían a los capitales se generalizó la práctica de
registrar la sede legal de una empresa en territorios pequeños y fiscalmente generosos
que les permitían a los empresarios evitar los impuestos en sus propios países. Territorios
como Curaçao, Las Islas Vírgenes, Liechtenstein se convirtieron en paraísos
fiscales, donde era posible depositar divisas para evitar las restricciones de las leyes
financieras de países como EE.UU. Estos dólares flotantes acrecentados por las divisas
provenientes del aumento del precio del petróleo impuesto por los países de la
OPEP— se convirtieron en la base de un mercado global incontrolado que buscaba
beneficios fáciles bajo la forma de créditos. Los gobiernos terminaron por ser sus víctimas ya
que perdieron el control sobre los tipos de cambio y
la masa monetaria.
Como corolario de lo que acabamos
de explicar en relación con las nuevas formas de acumulación desarrollada por el
sistema capitalista, resulta interesante la siguiente observación de Hobsbawm: «El mundo
más conveniente para los gigantes multinacionales es un mundo poblado por estados
enanos o sin ningún estado»*. Hobsbawm, Eric (1995). Op. cit., 8.284.
La expansión de la economía
mundial a principios de los años ‘70, acelerada por una inflación creciente, por un enorme aumento
de la masa monetaria mundial y por el déficit norteamericano, se volvió
frenética. El PNB de los países desarrollados cayó sustancialmente; entre 1973 y 1975 se redujo en un
10% la producción industrial de las economías desarrolladas y el comercio
internacional en un 13%. En el mundo capitalista avanzado continuó el desarrollo económico
aunque a un ritmo más lento que en el período ‘50-70, a excepción de los países de
industrialización reciente como los del sudeste asiático, que en los años ‘70 se
convirtieron en la región más dinámica de la economía mundial.
El crecimiento volvió a verse
interrumpido por graves crisis en 1974-1975 y a fines de los años ‘80. En Europa occidental el
desempleo creció de un promedio de 1,5% en los años ‘60 hasta un 4,2% en los ‘70. Los
shocks producidos por el precio del petróleo en la década del ‘70 no constituyeron la causa
de la crisis, sino más bien son vistos por algunos autores como impactos exógenos que
agudizaron la crisis de carácter estructural que ya se había desplegado y que produjo
una profunda reconversión del modelo de producción fordista. La crisis de los ‘70
marcó el comienzo de la pérdida de la hegemonía internacional por parte de EE.UU. frente a
Alemania y Japón, que lideraron la salida de la crisis.
CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR.
POLÍTICAS NEOLIBERALES
La crisis de los 70 puede ser
mirada desde múltiples perspectivas: crisis económica, crisis del Estado de Bienestar,
crisis del Estado Nación, crisis del socialismo real...
La crisis económica no impidió, en
los países capitalistas desarrollados, la continuidad del crecimiento económico (aunque
a un ritmo más lento que en las décadas anteriores), como tampoco impidió que se
acelerara el comercio mundial en los 80. Sin embargo, indicadores tales como aumento del
desempleo, del número de personas sin hogar (homeless), de la diferencia en la
distribución de la riqueza, evidenciaban que los Estados estaban perdiendo su capacidad de
gestionar la economía, de intervenir en la relación sindicatos-capital, de
comprometerse con el pleno empleo y la inclusión social.
En definitiva, son estos rasgos de
la crisis del Estado de Bienestar ante la cual ganaron terreno los planteos de teóricos
neoliberales, críticos de este tipo de Estado, aún cuando el mismo fue capaz de
asegurar el fortalecimiento del sistema capitalista en la dura encrucijada del mundo de
posguerra (1945-1970). Además, para temor del mundo capitalista, una experiencia
socialista (iniciada en la U.R.S.S. y extendida luego a otras regiones que pasaron a integrar el
bloque socialista durante la guerra fría) aparecía por entonces como capaz de producir el
desarrollo en países atrasados y mostrar una dinámica de crecimiento económico vista
como superior a la de los viejos países capitalistas industrializados
de la Europa occidental.
¿Por qué los planteos neoliberales
(Von Hayeck, Friedman) comenzaron a ganar terreno en las políticas
gubernamentales que irían concretándose a través de gobiernos como los de Thatcher y Reagan en los
años 80? Evidentemente porque ganaron la batalla contra los keynesianos, quienes
sostenían que el motor del crecimiento económico era la demanda, posibilitada por
políticas de pleno empleo, mejoramiento de los salarios y políticas sociales por parte del
Estado —gasto social—, producción masiva acompañada de consumo de masas, aún con
inflación.
Si bien muchos gobiernos, sobre
todo socialdemócratas, siguieron aplicando políticas keynesianas ante la crisis de los
70, otros, como los de Inglaterra y EEUU., responsabilizaron a este modelo (keynesiano) y,
especialmente, al Estado Benefactor o Estado Social de dicha crisis. Y este es
un punto en el que se observa lo dicho más arriba: los neoliberales ganaron la batalla.
Justamente la prédica neoliberal
hacía hincapié en que el Estado no debía intervenir y no debía gastar en políticas
sociales. Para esta postura, el Estado de Bienestar había desincentivado tanto al capital
como al trabajo, porque imponía una carga fiscal y normativa al capital que equivalía
a un desincentivo para la inversión y, por otro lado, satisfacer las demandas de los
sindicatos equivalía a un desincentivo para el trabajo.
Ambos efectos habrían conducido a
una declinación en la dinámica del crecimiento, a una sobrecarga de la demanda
económica (inflación) y a una sobrecarga en la demanda política (ingobernabilidad).
Quienes sostenían estos argumentos planteaban que el Estado de Bienestar, en lugar de
armonizar los conflictos de la sociedad capitalista,
los agudizaba e impedía que las
fuerzas del mercado funcionaran de modo apropiado.
El triunfo de políticas
neoliberales (interpretadas como un giro hacia la derecha en relación a los gobiernos socialdemócratas y
laboristas que había priorizado el gasto social) fue claro, como dijimos, en los
casos de la Inglaterra thatcheriana y los EE.UU. de Reagan.
Se planteó un cambio en el rol del
Estado que, si bien nunca pudo desprenderse totalmente de sus compromisos
sociales, recortó gastos y privatizó empresas públicas.
Se puso en práctica el postulado
teórico neoliberal acerca del mercado como regulador de la economía y la sociedad.
Debía ser el mercado el que premiara la iniciativa y el esfuerzo individuales, el que
asignara los recursos, en definitiva el que premiara a los más aptos y castigara a los menos
aptos, funcionando esto último como acicate para el esfuerzo individual.
Los dos países tomados como
paradigmas (aunque con diferencias) de la aplicación de políticas neoliberales
empezaron a mostrar que el desempleo aumentaba, que los sindicatos iban perdiendo poder de
negociación, la desindustrialización avanzada, el reparto de la riqueza se
polarizaba, aparecían nuevos pobres (obreros industriales desocupados, sectores medios en descenso) y se
incrementaba el número de los sin hogar, vagabundos, excluidos de una
sociedad que se iba haciendo cada vez más excluyente.
Capitalismo salvaje, darwinismo
social, neoconservadurismo son algunas expresiones críticas a esta fase del
capitalismo transnacional, al cual las políticas neoliberales han sido y son tan funcionales. Y es
que, como ya vimos, al capital transnacional lo perjudica un Estado que gestione la economía
(salvo en lo que sea para favorecer sus aspiraciones), que invierta en gasto social, que
propicie que la mano de obra siga siendo cara, que legisle a favor de la
protección del medio ambiente, que cargue impositivamente al capital. No sólo lo perjudica
el Estado de Bienestar sino la existencia misma del
Estado-Nación, como ya lo
planteáramos al tratar la transnacionalización económica.
Los Estados-Nación están
jaqueados, además, por otros fenómenos, entre ellos las tendencias separatistas de ciertas regiones
ricas que se resisten a «subsidiar» a las más pobres de su propio país. Como
ejemplo podemos citar a la Liga Lombarda del norte de Italia que postula la
autonomía con respecto al sur, más pobre.
Por otra parte, el hundimiento de
las experiencias que se han denominado «socialismo real» han dejado, en los 90, al
capitalismo como sistema triunfante a nivel planetario. En estos últimos meses han
obtenido triunfos electorales partidos de centro izquierda en Francia e Inglaterra (Partido
Socialista y Partido Laborista, respectivamente). Lo que puede observarse a partir de las
plataformas y de las primeras acciones de gobierno es la tendencia a combatir el
desempleo, en el caso de los jóvenes, invertir en educación, reforzar o reformular (pero no
abandonar) las políticas sociales. Seguramente no se trata de la vuelta al
Estado Benefactor pero sí la búsqueda, al menos, de paliativos, ante
la desestructuración social generada por la aplicación de políticas
neoliberales.